La economía mundial enfrenta una amenaza inminente a medida que el Gobierno de Estados Unidos se acerca peligrosamente a quedarse sin dinero. A menos que el Congreso logre elevar el techo de la deuda antes de que termine el mes, las consecuencias podrían ser catastróficas para la mayor potencia económica del mundo y repercutir en todos los rincones del globo.
La última estimación del Departamento del Tesoro indica que el Gobierno de Estados Unidos se quedará sin fondos a partir del 1 de junio. Esta medida tendría consecuencias de gran alcance, no solo para el país, sino también para la economía mundial en su conjunto.
Si se agotan los fondos, el Tesoro de Estados Unidos se vería obligado a priorizar los pagos, dando prioridad a la deuda y los intereses. Esto podría llevar a retrasos en los salarios de millones de trabajadores del sector público, incluyendo a los dedicados a la noble tarea de la educación.
Asimismo, los pagos de seguridad social y los subsidios de atención médica para los estadounidenses mayores y vulnerables, incluyendo los valientes veteranos militares, también podrían interrumpirse.
Aunque es probable que cualquier incumplimiento de pago de la deuda sea temporal, los asesores económicos de Biden han advertido que incluso un incumplimiento “breve” podría costarle a la economía estadounidense medio millón de empleos.
Si el incumplimiento se prolonga, los expertos temen una caída del 6% en el Producto Interno Bruto (PIB), con la consiguiente pérdida de decenas de miles de empresas y unos 8,3 millones de puestos de trabajo. Esta situación podría ser tan devastadora como la crisis financiera de 2008.
En el peor de los casos, Estados Unidos se vería forzado a dejar de pedir prestado por completo en julio o agosto, lo que afectaría gravemente a los mercados financieros mundiales. Los inversores comenzarían a cuestionar el valor de los bonos estadounidenses, considerados como una de las inversiones más seguras y pilares fundamentales del sistema financiero global.
Un incumplimiento de esta magnitud debilitaría gravemente el comercio mundial y arrastraría al resto del planeta hacia una profunda recesión. Además, podría provocar una caída drástica del dólar estadounidense, generando una volatilidad descontrolada en los tipos de cambio y disparando los precios del petróleo y otras materias primas.
No solo eso, la inflación mundial podría experimentar un repunte, y los problemas de la cadena de suministro, que ya han afectado al comercio tras la pandemia de COVID-19, podrían empeorar debido a la falta de confianza.