Ray Zapata quería ser gimnasta profesional, pero todo el mundo le decía que con 17 años ya era demasiado mayor. Con el apoyo de los gimnastas Olímpicos Gervasio Deferr y Víctor Cano dio el paso, y ahora ha ganado la medalla de plata en sus segundos Juegos en Tokio 2020.
Ray Zapata quería ser gimnasta profesional, pero todos le decían que con 17 años ya era demasiado mayor. Y ciertamente en un deporte tan precoz, donde a esa edad muchos ya intentan hacerse hueco en competiciones internacionales, llegaba un poco tarde.
Pero ha demostrado que no. Ray Zapata ha conseguido la medalla de plata en sus segundos Juegos Olímpicos.
Ha sido la reafirmación definitiva de alguien que ha demostrado que no hay límite de edad para los sueños. Para despegar. Para volar y hacerlos realidad en el aterrizaje.
Zapata nació en la República Dominicana (Santo Domingo, 1993), y llegó a España junto a su madre a los 10 años. Y fue en su país de acogida, en la isla canaria de Lanzarote, donde descubrió la gimnasia masculina como deporte de competición: en una exhibición de sus hermanas, se dio cuenta de que también había chicos de su edad practicando.
Allí nació el interés por este deporte y, viendo competir a Gervasio Deferr por televisión, el flechazo y el sueño. Zapata ya no solo quería ser gimnasta, sino llegar algún día a los Juegos. Curiosamente el catalán, doble campeón Olímpico en salto de potro (Sídney 2000, Atenas 2004) y plata en suelo (Pekín 2008), sería una figura central en su historia.
Zapata conoció por primera vez en persona a Deferr en un Campeonato de España de categoría absoluta. El hispanodominicano aún era adolescente, pero ya le habían dicho que “era demasiado mayor” cuando había intentado ingresar en el Centro de Alto Rendimiento (CAR) de Madrid para entrenar como un deportista de élite.
“Llevaba muchísimo tiempo intentando entrar, pero me decían que no por la edad. Tenía 17 años. Era muy mayor. Iba un par de años tarde y mi base era muy, muy escasa”, reconoció en una entrevista en el podcast Imparables.
Lo que vio Deferr, que antes de cumplir los 19 años ya era campeón del mundo, y antes de los 20 campeón Olímpico, no fue el carné de identidad, sino un gimnasta muy joven con una gran capacidad atlética. Sí, le faltaba esa base, aún no controlaba toda esa potencia, pero era un diamante al que valía la pena pulir.
En este proceso también fue importante Víctor Cano, exgimnasta Olímpico español que, como Deferr, le veía un gran futuro. Los dos viajaron a Lanzarote para convencer al entorno de Zapata y mediaron para que ingresara en el CAR de Sant Cugat, el otro gran centro de entrenamiento de élite en España.
Allí, donde entrenó tres años antes de trasladarse a Madrid, ya como miembro de la selección española de gimnasia, comenzó una trayectoria en la que está justificando la confianza de sus mentores. Un despegue que aún no ha encontrado techo.
Minutos antes de empezar la final de suelo de la Copa del Mundo en París 2017, donde se había pasado como primero de la ronda clasificatoria, Ray Zapata se rompió el tendón de Aquiles.
La lesión le costó un posible oro, el Mundial que unas semanas más tarde se disputaría en Montreal, Canadá, y siete meses de competición en el mejor momento de su carrera. Sin embargo, su reacción no fue la que cabe esperar.
“No me sentí triste ni nada. Los gimnastas nunca tenemos vacaciones y a mi cabeza le vino bien. Fue un descanso. No quisimos tener prisas. De ahí salió un nuevo Ray: ahora me lo tomo con más calma”, aseguró en una entrevista con El País.
Quedaba por delante el viaje de vuelta a los Juegos Olímpicos, esta vez por un camino diferente. Ahora los gimnastas pueden clasificarse a través de un circuito de Copas del Mundo, lo que requiere mantener los picos de forma durante mucho más tiempo. Una exigencia continua que, según ha confesado, le llegó a quitar el sueño.